martes, 22 de noviembre de 2011

Cántale, niño.


De los desolados paisajes
de las entrañas del Sur,
nace el 22 de noviembre

Las golondrinas se posan sobre San Juan
y anuncian a todo aquel que alcanzan:
"Sepan ustedes ya que ha madurado
la mejor aceituna del olivo".

Martia se eriza cuando oye sus llantos
en la Calle Cantarero y la Virgen del Rosario,
mientras, se empeña en secar sus lágrimas de trigo.

Y es que no hay guitarra ni cajón
que logre apagar la luz que desprenden esos ojos verdes
ni soleá qe entristezca a este hijo del campo.

¡Cántale, niño, a esta tierra que te ha dado de comer!
¡Cántale, niño, hasta que se te sequen las entrañas,
venga San Sebastián y te dé de beber!

Madre Juana ahoga sus lágrimas
cuando ve a su niño bonito que parte lejos
sin duros que darle al barquero que le lleva a Cádiz.

¡Golondrinas de Hispalis,
no dejéis que se olvide de las colombianas de su tierra!
¡Gaviotas de Gades y Barcino
devolvedme a mi niño!

Y es que no hay alegría ni bulería que valga
cuando una seguiriya le arranca de sus raíces.

Capricho de tu tierra, Rosario,
esa viva morena de la Calle Cantarero.
¡Cántale, niño, que ella, mientrastanto,
zapateará para ti sobre el tablao de la vida al son de unas encontrás!

¡Cántale a la Arbonaida!
¡Cántale, niño, hasta que se te sequen las entrañas,
venga San Sebastián y te dé de beber!

De los desolados paisajes
de las entrañas del Sur,
nace Antonio Pliego Villalba.


... A mi abuelo Antonio, la esencia de estas letras.

sábado, 19 de noviembre de 2011

"Fumar perjudica gravemente el corazón."

Los domingos por la mañana suelo acompañar a mi padre al estanco. Siempre me gustó el olor que desprenden cientos de cajetillas de cigarrillos de mil estilos y procedencias diferentes y sobretodo lo simpática que es la muchacha que se halla tras el mostrador. Cada pitillo que vende supone toses matutinas, probabilidades altas de padecer enfermedades cardiovasculares, algún caso que otro de impotencia sexual y la seguridad de la vendedor porque sabe que esos cinco euros de puchos irán seguidos de otros cinco pues el que compra una vez, volverá a por más.

Ponerse uno de esos entre los labios es más bien un riesgo. A pesar de ello, un gran sector de la sociedad abre una cajetilla de cartón, selecciona uno al azar, se mete la mano en el bolsillo en busca del mechero y se dispone a encenderse un cigarro que llene los pulmones de tabaco, nicotina, monóxido de carbono, alquitrán y un sinfín de oxidantes e irritantes.

Y es que si te paras a pensar, el amor tiene unas características similares: cuando uno se enamora llega a sentir una dependencia parecida a la del tabaco. La primera experiencia suele dejarte un mal sabor de boca y rasga tu ser, pero a pesar de ello vuelves a caer en la tentación de probarlo una y otra vez olvidando todos los malos tragos que te pudo suponer. Llega un punto en el que surge una dependencia por esa persona que te hace creer que el mundo se reduce en un solo ser. Si falta, la ansiedad impuesta por Winston Cupido entra en el terreno de juego con la finalidad de marcarse unos tantos en el marcador personal.

Luego, por otro lado, están aquellos que le ganaron la partida a este mismísimo hijo de Lucifer mediante un sinfín de parches de nicotina, medicinas paliativas de la camarera de abajo y manuales para kamikazes enamorados. A pesar de todo ello, cuando se encuentran ante una máquina expendedora y en sus bolsillos suenan tres monedas la tentación hace acto de presencia.

- Doctor, dejado de fumar: mi mujer se ha largado de casa sin intenciones de volver y el estanco más cercano a mi casa ha cerrado. ¿Qué sentido tiene ahora mi vida? Dígamelo usted.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Lyrĭcus II

Vuelvo a abrir los ojos, unos ojos llenos de pena y lágrimas. Y ahí seguía yo, observando esa vieja foto del primer viaje que hicimos juntos: Cádiz, mi querida Gades. Qué miedo le tenía yo a la altura de ese mirador y cómo sonríes, cómo sonríes...
Lo reconozco: tenías razón cuando decías que ese iba a ser el viaje de nuestra vida, siguiera posteriormente en conjunto o no. Ese era el viaje que unía una gota de agua con el aceite: la pureza de tu ser y mi maldita manía por recaer siempre sobre tus palabras y lograr la victoriosa sensación de tener siempre la última.
De lejos, oigo el ruido de la cuchara y cómo arrastras los pies con esas viejas zapatillas de andar por casa. Te vuelves a sentar en la cama y dejas la taza encima de la mesilla de noche. Noto cómo te estiras y cómo mi respiración se acelera cada vez más. Me agarras del muslo, me das la vuelta y ahí estamos tú y yo, frente a frente.
Yo, parpadeando, lucho contra tu mirada e intento imponer una caída de ojos pero tu sonrisa arrancada del vacío ha ganado, como siempre.
- Dime quién eres, háblame de ti. No vale tu día a día y tus quejas constantes por todo y hacia todo. ¿Qué se mueve dentro de ti? Ábrete. Ábrete porque necesito saber qué albergas tras ese caparazón de mujer fría e insensible.
- Me dan miedo tus versos, tus manos sabias y mi constante miedo a que seas tú quien deba enseñarme a nadar cuando yo empiece a llorar y no pueda parar nunca más. En definitiva, necesitarte, quizás, demasiado. Así pues, amor, te otorgo la medalla, Campeón.
Sin pensarlo ni un segundo más, me reincorporo y me enrollo en esas sábanas blancas que ya huelen al último terceto de nuestro soneto.
Se acabó.

Así que abandonándote en tus ramos
o dejándote al borde del camino
aplicarte el rigor es lo mejor.
Mario Benedetti