martes, 8 de mayo de 2012

Ventanas empañadas


El día que cumplí los dieciocho febreros  supe que las ventanas de la habitación de mi adolescencia iban a abrirse de par en par e iban a dejar pasar aire fresco hasta por fin desempañarlas para siempre.
Las ventanas empañadas me habían impedido ver todo lo que había detrás de ellas, una etapa por descubrir llena de experiencias y sensaciones nuevas. Dejé atrás mi miedo y mi incertidumbre, pasé mi mano por el cristal húmedo y frío sin importarme mojarme la palma de la mano y comencé a disfrutar de de todo lo que me podía ofrecer el mundo. Los domingos siempre me habían parecido los días más agridulces de la semana porque tienen sabor a lunes con un toque de rutina, pero aquél domingo de abril sabía a libertad y a té de Navidad.
Abrí el ventanal más grande de mi habitación para poder disfrutar de tal olor y, sorprendentemente, pude ver una moto, a Luís y dos cascos. Vestía una maldita sonrisa que se agarraba al manillar de la motocicleta y ésta me incitaba a subirme a uno de de mis miedos más grandes. Sentía cómo mi corazón se aceleraba ante la situación y tomé aire. Observaba la realidad que se había plantado ante mí y pensé que esa era una buena oportunidad para experimentar y sentir algo diferente. Me dispuse a ponerme el casco y a subirme en la moto sin pensar en nada más.
Sin poderlo evitar, me vino a la cabeza la primera vez que subí a la noria en el parque de atracciones del Tibidabo: era en pleno verano y yo llevaba un vestido naranja con un pez amarillo y una gran sonrisa. Quince años después volvía a sentir lo mismo, volvía a vestirme, pero esta vez llevaba un vestido de libertad y estaba igual de emocionada. El aire tocaba mi cara y mis dedos ya no sentían la tela de la chaqueta de Luís porque hacía aún frío. Cerré los ojos, suspiré tanto que empañé el visor del casco: volvía a tener una ventana empañada en mi vida pero estaba segura, sabía del cierto, que esta vez eso era el resultado del fin de una incertidumbre que ahora se había convertido una experiencia grata. Abrí de golpe el visor desempañándolo, dejé mis manos apoyadas en mis piernas y proseguí a seguir disfrutando de la libertad en estado puro.

Y por ello te doy las gracias, por desempañar ventanas de mi vida y hacer que sepa a menudo a te de Navidad en plena primavera.