miércoles, 10 de octubre de 2012

El tiempo de las cerezas.

He ocupado mucho tiempo haciendo(me) promesas. Ya no quiero encadenar el amor a un puente porque he logrado comprender que todo es demasiado frágil como para intentar sostenerlo con los dientes. El futuro y, muchas veces el presente, no cumplen lo que prometen. Todo, al final, se oxida o desaparece de forma pringosa. 
Nos queda el mientras y el durante. La calma antes del desastre. El amor per se. No hay mejor manera de demostrarlo que retirarse a tiempo. Como hicimos nosotros. Antes de matarme y estampar mis promesas contra el suelo. 
¿Saben? Lo peor de que se acabe el amor no es que se acabe, sino que continúe en unos planes de futuro, en unas sábanas usadas, en ese idioma creado para entenderse que hace imposible conjugar con otra persona.
Las conjugaciones en otras camas no dependen de las camas, si no de las personas que están (o no) a tu lado. Se encogen y se prolongan hasta la pura tristeza, según el estado anímico de la persona. Esos tamaños predeterminados de 180x90 individual, 190x160 de matrimonio no son ni meramente indicativos del paso del tiempo. Y eso, realmente, es incómodo. Del amor, claro. Dormir no implica soñar ni amar, ni ser correspondido. Porque los cabeceros de las camas son cambiantes e inestables, al igual que las fotos de las mesitas de noche, los pies fríos o las respiraciones.


"Cuanto más cercana sea la relación entre dos seres, más probable será que se puedan hacer daño el uno al otro. Cuando más lejana sea su relación, más probable será que se mueran de frío."