¿Saben? Hubo
un día en el que me cansé de mi identificación política. Que el uso de la
protesta como forma de manifiesto ya no llenaba mi cuerpo de orgullo y satisfacción.
Cuando empecé
ese proceso de duelo decidí plantearme un seguido de conceptos que, al poco
tiempo, inundaron mi cabeza.
Sabía que la
experiencia de militar en un partido político había estado bien, pero que no
era aquello que yo querría estar haciendo toda la vida.
Estaba harta
de ese puritanismo que hacía acogerme a roles pasivos, a no formar parte de
diálogos si no optaba por las formalidades. A las desconfianzas entre iguales
y a no ser un sujeto de derecho en mi propia casa.
Necesitaba
sentir que mi participación dentro del ente social no estaba condicionada por
intermediarios: necesitaba trabajar hacia la proximidad. Sentir que estaba en
mi lugar, en ese sitio donde se valorara la ética y la honestidad social y la
colectiva.
Que mi
actuación iba a formar parte de la transformación social, que actuaba regida
por unos derechos sociales. En definitiva, buscaba nuevas formas de
participación.
De primeras,
la primera forma de participación que se me ocurre es la puntual.
Como aquello
que hicimos muchísimas personas este mismo sábado cuando fuimos a comprar al
supermercado. El Banc d’Aliments un programa que se llama “El gran recapte”, nos ofrece una bolsa de plástico y nos pide que
la llenemos de alimentos de primera necesidad (legumbres, pasta, aceite, etc). Seis,
siete euros aproximadamente. Y más de tres mil toneladas de comida.
Mediante las
redes sociales, no sólo las que están detrás de pantallas y teclados, si no las
primarias, las humanas podemos hacer surgir la participación. Vecinos de,
amigos de, compañeros de y ex de. Esas relaciones que, teniendo en cuenta la
fortaleza e importancia, mantienen la comunicación entre todos nosotros y
nosotras para afianzar la participación.
En el momento
en que vivimos, debemos ser conscientes de que nuestras relaciones se basan, en
muchas ocasiones, en la relación que mantengamos con otras redes sociales, en
este caso, las que hacen encontrarnos en línea con nuestros iguales.
Por ejemplo
Twitter, la red social que nos permite dar opinión y participar en debate. O
Facebook, la red social que más poder de convocatoria tiene.
Estas redes deben ser utilizados de forma comprometida, hacia un bien
para la sociedad ya que ejercen dos tipos de poderes: el poder de
acceso-denegación a la información y el poder de descentralizar la información
y crear nuevas redes y conjuntos de acción. Por ejemplo, los movimientos
espontáneos como el 15-M y, ya en su
nacimiento, están condicionados por estos dos poderes.
Quedémonos
con los movimientos espontáneos, así como el voluntariado. El elixir de muchas
personas que deciden salir de esta sociedad anestesiada, espectadora y
recipiente de noticias. Personas que tienen un sinfín de valores emergentes,
que otros tantos deciden dejar en manos de entidades y personas con buen corazón o simplemente prefieren
claudicar con las entidades más clásicas como son los partidos políticos y los
sindicatos.
Y volviendo
al principio de todo esto… ¿Cómo surge ese afán de participación en el ente
social? Mediante la conciencia, señores. Dándonos cuenta de cuáles son las
carencias y posibilidades del entorno. Y sin tal conocimiento no hay
posibilidad de cambio.
Queda
considerar que hay medios que promueven formas distintas de consciencia: así
como los medios de comunicación. Estos carecen de lideraje ético porque no
promueven la escucha ni la opinión objetiva, y esto no genera confianza en la
sociedad. Quiero decir así que su ejemplo no es ejemplar. ¡Y qué diablos!
Promueven la banalización del mal: todo aquello que vemos y oímos por la
televisión y otro medios nos resbala por esta piel (ya impermeable) y forma
parte del espectáculo. Y todo esto a la sociedad se le queda grabado a fuego
como ese “There is no alternative” (TINA), eslogan usado por Margaret Thatcher.
Ante todo este mal que nos supera, nosotros no podemos hacer nada.
¿Por qué no
podemos hacer nada? Porque las instituciones educativas sean formales o
informales han fomentado esta aclimatación al medio y no al cambio. Y ya,
puestos a despotricar y expresar todo aquello que lleva inundándome la cabeza,
nuestra sociedad es se basa en el conformismo social y en el inconformismo
personal.
Y para que
todo esto cambie, parece ser, las riendas las deberían tomar el tercer sector y
de las personas que claudican y claudicamos por y con él. Quizás, esa
virginidad moral que le caracteriza sea la responsable de crear discurso y, a
su vez, conciencia en esta sociedad tan adormecida.
En muchos
casos, la sociedad considera que esta conciencia es una ligadura. Y el no
compromiso viene derivado por varios factores: la carencia de habilidades y
recursos para comprender el fracaso (no
hago nada por si me equivoco), el individualismo (yo solo no lo puedo hacer) y el puritanismo (no hago nada porque no estoy del todo de acuerdo con…).
Quizás, una vez rotos estos mitos, la
sociedad podría llegar a comprender que la conciencia y la participación son
las claves para emprender los liderajes compartidos y comprometerse por causas
comunes, así como darse de baja, de forma colectiva, del partido político o el
sindicato que te representó durante años y emprender en una entidad del tercer
sector.