Cumplir los veinte me ha hecho hacer un recuento de cosas que no he hecho. No he aprendido a tocar la batería. Ni tampoco he sido capaz de superar mi miedo a las alturas. Ni he perdido kilos.
Pero sí que me he hecho integradora social. Y he aprendido a tejer. Y vivo y mantengo a los míos cerca.
Al final, cumplir años acaba reduciéndose en hacerse mayor. En mirar que tu madre explique cómo fue el nacimiento, tu padre recuerde alguna anécdota. Ver los dibujos que algún día les hiciste y verificar que lo tuyo nunca fue el dibujo.
Crecer, sin duda, es algo hacemos todos. Aunque no de la misma manera.
Yo sigo los mismos rituales que hace cinco años, sigo cantando a todo pulmón cuando Quique González suena y sobretodo sigo rellenando mis libretas de las cosas bonitas.
No me acompañan en este viaje las mismas personas que hace ni dos, ni tres años. Pero sí que les llevo en mi mochila. No sé si para bien o para mal, pero están. De tanto en tanto, me da por sonreír cuando recuerdo cómo ha trascurrido todo hasta hoy y no me arrepiento de nada. Y creo que eso es clave para seguir como hasta ahora. Viviendo, al fin y al cabo.