Y así fue: él era el que me leía, literalmente, por las noches, los domingos por la mañana después de desayunar e incluso los días en los que justificaba que me dolía la cabeza.
Me decía esto mientras se dirigía a la otra punta del piso, a la inmensa librería que compartíamos, en busca de un saco de versos, como él lo denominaba. Mientras, yo, yacía en la cama cubierta con una alba sábana mentras jugaba con mi pelo.
-¿Sabes? No sé qué finalidad tiene todo esto, qué te traes entre manos y...
-Calla. Comienzas a enfadarme y... -Frunciendo el ceño, intentando simular un falso enfado, miró el libro que llevaba entre las manos.- a Montero también.
Se sentó en la cama dándome la espalda y se dispuso a abrir el libro. Suspiró. Me encanta el momento previo a tal acción: suelta el aire, se yergue y posteriormente se desinfla cual si fuera un globo.-Las palabras son barcos y se pierden así, de boca en boca.- Se dejó caer encima de la cama y me buscó la boca. Noté la nicotina en sus labios y no pude evitar apretar los míos y dejarme envenenar.- Como de niebla en niebla. Llevan su mercancía por las conversaciones, sin encontrar puerto.- Mi cuerpo era su puerto y yo lo sabía; creo que demasiado bien. Su mercancía era la bella agonía que me hacía estremecer.Me dejé acariciar con sus frías manos los muslos y dejé que se recreara en mi entrepierna.- la noche que les pesa que un ancla. .-Como una ancla me pesa la incertidumbre, la rabia de no sentirme plenamente complementaria a él. No pude evitar girarme y darle yo, ahora, la espalda. Fijé mi vista en nuestra foto y cerré los ojos.
Se calló y pude oir cómo cerraba el libro con un golpe. Derrotado, se puso la camisa y se dispuso a ir a la cocina y prepararse una buena taza de café americano. Oía cómo se iba, cómo se me escapaba y yo, con los ojos llenos de lágrimas, me estampaba con la realidad: esos versos le habían arañado el alma de forma irreparable y ver como en nuestra estantería, nuestro rincón, ya colgaba el cartel de "Se vende": se venden versos vacíos, versos blancos, se venden recuerdos. Yo soy el último verso de su estrofa 35, esa estrofa recién estrenada a la cual yo pongo punto y final.
-Calla. Comienzas a enfadarme y... -Frunciendo el ceño, intentando simular un falso enfado, miró el libro que llevaba entre las manos.- a Montero también.
Se sentó en la cama dándome la espalda y se dispuso a abrir el libro. Suspiró. Me encanta el momento previo a tal acción: suelta el aire, se yergue y posteriormente se desinfla cual si fuera un globo.-Las palabras son barcos y se pierden así, de boca en boca.- Se dejó caer encima de la cama y me buscó la boca. Noté la nicotina en sus labios y no pude evitar apretar los míos y dejarme envenenar.- Como de niebla en niebla. Llevan su mercancía por las conversaciones, sin encontrar puerto.- Mi cuerpo era su puerto y yo lo sabía; creo que demasiado bien. Su mercancía era la bella agonía que me hacía estremecer.Me dejé acariciar con sus frías manos los muslos y dejé que se recreara en mi entrepierna.- la noche que les pesa que un ancla. .-Como una ancla me pesa la incertidumbre, la rabia de no sentirme plenamente complementaria a él. No pude evitar girarme y darle yo, ahora, la espalda. Fijé mi vista en nuestra foto y cerré los ojos.
Se calló y pude oir cómo cerraba el libro con un golpe. Derrotado, se puso la camisa y se dispuso a ir a la cocina y prepararse una buena taza de café americano. Oía cómo se iba, cómo se me escapaba y yo, con los ojos llenos de lágrimas, me estampaba con la realidad: esos versos le habían arañado el alma de forma irreparable y ver como en nuestra estantería, nuestro rincón, ya colgaba el cartel de "Se vende": se venden versos vacíos, versos blancos, se venden recuerdos. Yo soy el último verso de su estrofa 35, esa estrofa recién estrenada a la cual yo pongo punto y final.