Los ladrones entraron el martes en mi casa. Aún cierro los ojos y los imagino: el ansia de forzar la puerta y de introducirse en una casa ajena, tocar y escoger a su antojo todo aquello que tuviera un supuesto valor mientras el tiempo les pisa los talones y no corre a su favor.
Pienso en los pasos que dieron por mi suelo, en los marcos en los que pusieron sus manos recubiertas de guantes, en los recuerdos y objetos en los que clavaron sus ojos. Pienso en haber estado presente y haber impedido que pusieran unas manos desconocidas en mis mejores sudaderas, en mis cosas definitivamente. Me hubiera gustado verlo todo. Como una narradora omnisciente. Sí.
Pienso en haber aparecido casualmente y haberles ayudado a escoger cosas. "Llévense esa caja forrada: está llena de cosas que ya no importan tanto. Llévense a Pío Moa, pero dejen de llevarse mi antología de Miguel Hernández, porfavor. Llévense también esas libretas llenas de fechas con pegatinas del partido y dejen mis libretas de los días bonitos. Tengan ustedes la delicadeza de no dejar a la vista la ropa interior que algún día le hizo sonreír, las fotografías que me recuerdan a lo que un día fui(mos). Acuérdense de que por mucho que arrasen con lo que queda de mi pasado y con parte de mi presente hay cosas que no me arrebatarán nunca. Adelante, siéntanse como en su casa. Ya se han tomado la libertad de entrar sin permiso y de desnudarme". Chapó. Lo habéis logrado. Gracias por nada.
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