Diciembre
es este frío
que
me ha hecho aprender a desabrochar botones
y no
ponerlos.
Son
aquellas cosas de valor
que
nos intercambiamos
con
esa cierta distancia de seguridad,
ese
luto absurdo, esa tristeza de una Lisboa sin amueblar.
Voy a
dejar de cansarme de mí
para
abocarme en las niñas azules
y ser
esa hormiga que se pasea
por
el borde de tu pupila izquierda.
Qué
ganas de hipotecar el azar que me trajo a ti,
de
comenzar a apostar un poco por mí,
de
echarle valor y no tener miedo
a
perder la orientación.
Mientras
tanto, asimilaré que esta cuarentena
es
ese antídoto para un quiéreme libre, déjame ser que
costó sanar.
No me
puedo arriesgar a comprometerme
para
luego abandonar.
No
todo se acaba aunque diciembre acabe,
porque
lo mejor aún queda por delante.
Tampoco
me sirve averiguar el cómo,
si no
que prefiero regodearme en el qué.
El
devenir va a colisionar
en un
enero de incertidumbres.
Iaunuarius
se merece una coalición de treinta días
en
los que triunfe la esperanza de ganadores y perdedores
desarmados
que no temen a nada.
...te voy a querer.
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