Me volvió el corazón a su sitio cuando vi a La Melgarcita detrás de su coche. Nunca
supe que media hora de trayecto diera para tanto: recordé todo aquello que
había sucedido durante los días que yo me montaba en ella, cuando compartíamos
paseos en las noches despejadas y
frescas de Barcelona. Abrígate, Pliego, me decía.
Sonreí cuando recordé el sonido de los cascos
chocar, cuando la volví a escuchar arrancar.
La Melgarcita, Luis y los viajes en ella eran un
indicativo de que las cosas estaban yendo bien. De sentirme bien conmigo misma
y con él, claro.
Esa misma sensación
volvió la noche del lunes, cuando mi corazón volvió a estar en su sitio. Luis
ya no era quien llevaba la misma moto, pero yo sí que era quien se montaba
detrás de La Bárbara. Enric era
quien llevaba la moto en la que me subí por primera vez, la moto en la que pasé miedo, cerré
etapas y abrí otras mucho más bonitas. Y me gustó mucho.
Agradezco, en
definitiva, poder volver a agarrarme a una barriga, volver a sentir la colonia
del conductor. Poder sentir eso de la libertad absoluta. De subir en uno de los
sitios de mi recreo preferidos.
¡Con La Barbarita, hasta el infinito y más allá!