Las lunas de enero
los enamoraron,
decidiendo hacer
caso al amor y a sus entrañas.
Brindaron por el
reproche ajeno,
por palabras que
duelen más que los golpes,
por todos aquellos
dedos que sentenciaban,
elogiando aquello
que hoy le llaman vida y libertad.
Aprendieron que hay
que aguantar las tempestades
porque, al final,
vale la pena.
Que el amor es una
constante
y se debe andar de
frente.
Fluye en mi sangre
que ellos son aves y son viento,
son furia y son
llanto.
Son infinito y son coraje.
Son la única constante de mi república,
de mi aventura, mis alfareros, mis centinelas
y el viento de mi vela.
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