Vivir es tener ambiguas cicatrices que descascaran el barniz de nuestros cuerpos. Nos suelen delatar e indican, a su vez, cuántos silencios hemos decidido romper, cuántas distancias hemos querido acortar. En definitiva, vivir es no ser fracción de lo que se siente y ser una canción a pleno viento.
Hoy he revisado mi equipaje y he enumerado las cicatrices y las dudas. El equipaje sigue siendo el mismo: llevo a cuesta días grises, recuerdos con muchísimas personas que hoy ya no están, mi familia, los de siempre y un esquema complejo de lo que soy y de lo que quiero seguir siendo. La enumeración de las cicatrices ha sido más bien corta y las dudas poco complejas. Analizándolas, me he dado cuenta de que todas estas dudas me llevan a encontrarme, de nuevo, en medio de la carretera. Cruzo o no cruzo, es sencillo.
A diferencia de otras veces, ahora tengo la certeza de que si cruzo será para bien y puedo asumir una posible caída. Que no me da miedo, ni tengo la necesidad de querer taparme entre la niebla de la gran ciudad.
Todo va sobre ruedas, Laura. Tengo a alguien que suele hacer sitio para acomodarse entre dudas infinitas y cambiarlas por un abrazo sincero, mi familia, mis amigos. Estoy segura de querer cargar con este bonito equipaje hasta el final de mis días, de afrontar la experiencia que supone trabajar con personas llenas de maletas complejas y difíciles, de gritar que lo he conseguido en junio del año que viene. De asumir que el paso de los años me está sentando bien y que este era el camino correcto.
Allá vamos.
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