sábado, 14 de julio de 2012

Ara. Ahora.

Ya está, hasta aquí he llegado. Esta noche ha sido eterna entre mosquitos, libretas y zumo de naranja, pero lo admito: no sólo ha sido eterna si no que también ha sido decisiva, dolorosa.
Cuando me he levantado, he abierto la ventana y he pegado un persianazo. Un día nuevo se hallaba delante de mí: el cielo seguía igual de nublado que ayer, pero podía distinguir entre las nubes el sol. He arrugado la frente ante tanta luz y me he acordado de lo que significaba extender el brazo. He extendido ambos aún engarrotados por una mala postura y he intentado tocar con las yemas de mis dedos la Estrella.
He decidido bajar a bañarme al mar. El día tampoco es que acompañara demasiado, pero era insignificante. Era tan temprano que sólo habían dos señoras madrugadoras desayunando algo de fruta mientras comentaban los nuevos recortes del Gobierno. He dejado mis cosas cerca. Me han dado los buenos días, les he sonreído. 
La arena de la playa aún estaba fresquita y el mar estaba tranquilo. Me he desnudado completamente y he notado un silencio sepulcral. He andado poco a poco hasta llegar a la orilla, he mirado al horizonte y han brotado dos lágrimas. Me he adentrado hasta que el agua fría me ha cubierto el ombligo y el salitre me ha lamido la piel. He decidido alzar bien la cabeza, tragarme el nudo que tenía en la garganta: "Estoy bañándome en el Mar Mediterráneo para celebrar que comienzo una nueva etapa de mi vida." Las cosas suceden dos veces, una en tu cabeza y otra en tu acción. He comenzado a coger frío, así que me he tirado de cabeza al agua. He notado cómo se me ha encogido hasta el alma, nada importante. Que se me encoja el alma por cosas así seguro que es sano, he pensado. Cuando he salido del agua me he enrollado en la toalla, me he sentado en el pareo y les he enviado un mensaje a mis padres deseándoles un buen día, diciéndoles que les echaba de menos. Me he secado, me he vestido y he decidido volver a casa. 
He suspirado y he pensado en aquello que me dijo B: "La vida son actos de fe en si mismo." 


"Todo irá bien, querida Laura."

jueves, 5 de julio de 2012

11.02

Supe que dejé de quererte el día que olvidé masticar un chicle de fresa antes de nuestra cita. Ya no me emocionaba verte aparecer de lejos con la mochila colgada a un solo hombro, ni tampoco esa sonrisilla que se te escapaba cuando me veías con el vestido azul. Dejó de emocionarme que te perfumaras, que hicieras planes conmigo a larguísimo plazo, que te colaras entre mis piernas sin pedir permiso. Aquel día supe que ya nada volvería a ser lo mismo. (CTRL+X)
Supe que comencé a quererte el día que me miraste como nadie antes lo había hecho, el día que sin haberte visto sonó Carousel de Julia Mercell, el día que la palabra despedida hizo que se me encogiera por primera vez el corazón. Me emocionaba que me chincharas, que me acariciaras la cara y también tus nervios. Supe que comencé a quererte el día que enterré miedos contigo a la vez que otros tantos se preocupaban de un partido de rugby, mientras el mundo seguía girando. Yo paré el mío durante 2 minutos y decidí lanzarme a la piscina contigo y conmigo misma. Mi primer riesgo. Nuestro riesgo. Tu olor. El verde de tus ojos. Tu sonrisa. Tu ombligo. Las lágrimas. Tus pies. Te esperé. Siempre te había esperado.

A ti te debo cinco meses de incertidumbres, de saltos al vacío, de amor. De mucho amor.

Te quiero, Pol.

martes, 8 de mayo de 2012

Ventanas empañadas


El día que cumplí los dieciocho febreros  supe que las ventanas de la habitación de mi adolescencia iban a abrirse de par en par e iban a dejar pasar aire fresco hasta por fin desempañarlas para siempre.
Las ventanas empañadas me habían impedido ver todo lo que había detrás de ellas, una etapa por descubrir llena de experiencias y sensaciones nuevas. Dejé atrás mi miedo y mi incertidumbre, pasé mi mano por el cristal húmedo y frío sin importarme mojarme la palma de la mano y comencé a disfrutar de de todo lo que me podía ofrecer el mundo. Los domingos siempre me habían parecido los días más agridulces de la semana porque tienen sabor a lunes con un toque de rutina, pero aquél domingo de abril sabía a libertad y a té de Navidad.
Abrí el ventanal más grande de mi habitación para poder disfrutar de tal olor y, sorprendentemente, pude ver una moto, a Luís y dos cascos. Vestía una maldita sonrisa que se agarraba al manillar de la motocicleta y ésta me incitaba a subirme a uno de de mis miedos más grandes. Sentía cómo mi corazón se aceleraba ante la situación y tomé aire. Observaba la realidad que se había plantado ante mí y pensé que esa era una buena oportunidad para experimentar y sentir algo diferente. Me dispuse a ponerme el casco y a subirme en la moto sin pensar en nada más.
Sin poderlo evitar, me vino a la cabeza la primera vez que subí a la noria en el parque de atracciones del Tibidabo: era en pleno verano y yo llevaba un vestido naranja con un pez amarillo y una gran sonrisa. Quince años después volvía a sentir lo mismo, volvía a vestirme, pero esta vez llevaba un vestido de libertad y estaba igual de emocionada. El aire tocaba mi cara y mis dedos ya no sentían la tela de la chaqueta de Luís porque hacía aún frío. Cerré los ojos, suspiré tanto que empañé el visor del casco: volvía a tener una ventana empañada en mi vida pero estaba segura, sabía del cierto, que esta vez eso era el resultado del fin de una incertidumbre que ahora se había convertido una experiencia grata. Abrí de golpe el visor desempañándolo, dejé mis manos apoyadas en mis piernas y proseguí a seguir disfrutando de la libertad en estado puro.

Y por ello te doy las gracias, por desempañar ventanas de mi vida y hacer que sepa a menudo a te de Navidad en plena primavera.

martes, 20 de marzo de 2012

Escolta la meva història

És un petit pas per a l’home, però un gran salt per a l’ humanitat” Aquesta frase, ja cèlebre, és símbol del petit gran pas que Neil Armstrong va fer amb l’Apol·lo 11. Un viatge de cinc dies en què l’astronauta va poder observar des d’una petita finestra hermètica l’ immensitat blava dels oceans i les taques verdes de la Mare Terra de les qual destacava un arbre.

La història d’Armstrong també hauria de recollir el que seguidament t’explicaré, lector/a: ell va ésser el primer humà en trepitjar la superfície lunar i també el que va renunciar al satèl·lit de l’amor per la seva carrera professional. No sé del cert els motius de la seva decisió, però et puc explicar tot el que vaig veure durant dies des del finestró del menjador de casa dels meus tiets.

Caroline, en el moment que va saber que Neil s’embarcava en la missió, va decidir instal·lar-se a la branca més ampla i forta de l’arbre centenari del seu jardí. La botànica i l’astronomia eren les excuses perfectes per a poder contemplar la bellesa del cel i sentir el tacte d’aquella meravella centenària. S’estirava durant les nits a sobre de la branca que estava just sota la Lluna i esperava que aquesta brillés fins a il·luminar els seus cabells rossos i els mussols comencessin a ulular. La lluminositat de la Lluna, la calor de juliol i l’emoció de visualitzar la cara oculta de la Lluna era una cosa que la fascinava: era capaç de veure a Armstrong caminar per aquest paratge desert i polsós , veure com havia complert el seu somni professional i que era agredolçament feliç.

Jo sempre he sabut que allò era un amor impossible, un capritx del destí. Ambdosos allargaven els braços cap a un espai comú, que era un cel estelat ple d’esperances lluminoses.

Ella vivia a trenta-cinc metres del terra per sentir el fred i el buit del cel, la proximitat d’ un satèl·lit que ja no pertanyia a la seva òrbita. Ell, en canvi, visitava diàriament el costat ocult de la Lluna per a sentir el caliu de la llar i fondre tots els seus dubtes, les seves pors. Neil sabia perfectament que el seu petit pas com a home enamorat acabaria trepitjat i enterrat a la Lluna abans de tornar a la Terra i que aquella expedició el reconeixeria fins al final dels seus dies.

martes, 13 de marzo de 2012

Braquiosaurios del Raval

Supongo que es cierto eso que dicen que el exterior, aquello que se ve, no siempre es la esencia de las cosas. Si las calles de mi barrio hablaran, contarían historias de un barrio obrero donde el amor, pese a todos los inconvenientes, ha tenido su lugar. Lo que más me gusta hacer en él, es levantar la vista y ver en el cielo colgadas las sábanas, los calzones y los uniformes reflectantes de algún que otro trabajador. Las cuerdas de los tendederos del Raval es algo que siempre ha apasionado: los bailes que se traen siempre están relacionados con mi estado de ánimo, un estado que varía según cómo me haya tratado la vida ese día.

Mi día comenzó cuando me dispuse a abrir la puerta grafiteada y, entre periódicos y papeles publicitarios, me abrí paso. El rellano, para variar, estaba sin luz y tuve que llegar al tercer piso a tientas. Una vez dentro del piso, pude notar esa mezcla de humedad y viejo, ese hedor que, cuando salía, no podía desprenderme de él. Dejé las llaves puestas por dentro y llegué al comedor esperando que alguien me recibiera sentado en el sillón con la mirada fija en el cuadro al más estilo realista donde los dos cazadores, el caballo y el perro eran los protagonistas.

La presencia de alguien allí era evidente y no sólo lo decía porque Sra. Novell arrastrara muebles en el piso de arriba, si no porque era capaz de escuchar una lenta y angustiosa respiración al final del pasillo. Me apresuré para localizarla y, detrás de la puerta y al final del pasillo, lo encontré: allí estaba clavado en la mecedora. Mis palabras se volvieron balbuceos cuando, de pronto, comenzó a leerme lo que tenía encima de las piernas “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”. Lo volvió a leer una y otra vez, se reía y cuando se disponía a volverlo a hacer sus carcajadas lo impedían.

La imagen se me clavó en lo más hondo de mi ser: su sonrisa formada por dientes amarillentos y afilados me producía una sensación inexplicable que era simbiótica a esa manía que tenía de reseguir con las uñas los nudos de la madera de la mecedora.

Suspiró como nunca lo había hecho y apoyó su cabeza. Lo vi abarrotado y yo, en ese preciso instante, supe que el braquiosaurio cualquier día no volvería a despertar más.