domingo, 26 de abril de 2009
Un poco más de mi.
Me encanta leer. Me encantan los macarrones. Me encanta escribir. Me encanta mi guitarra. Me encanta viajar. Me encanta el saber. Me encanta cantar. Me encanta quedarme en la cama. Me encantan las sorpresas. Me encantan las sudaderas. Me encantan las pulseras. Me encantan los chistes malos. Me encanta hablar por teléfono. Me encanta la playa. Me encanta pasear. Me encantan las tiendas. Me encanta Andalucía. Me encanta la sinceridad. Me encanta mi nombre. Me encanta noviembre. Me encanta dormir en bragas. Me encanta el desorden. Me encanta la fotografía. Me encanta la originalidad. Me encanta la historia. Me encanta el frío. Me encanta el mate. Me encanta todo lo salado. Me encanta el Unno. Me encanta soñar despierta. Me encanta andar desnuda. Me encanta la puntualidad. Me encantan las jirafas. Me encanta mi familia. Me encantan los cuentos. Me encanta la poesía. Me encanta coleccionar etiquetas guays. Me encanta mi ciudad. Me encanta Pereza. Me encantan las series. Me encantan las películas pastelito. Me encanta la amistad. Me encanta la colonia de hombre. Me encanta la lluvia. Me encanta actualizar los días pares. Me encanta la gente ignorante. Me encanta que te importe tanto mi vida, que te lo leas. Me encanta el anochecer. Me encanta discutir. Me encanta no saber bailar. Me encanta pintar. Me encanta la verdura. Me encanta bostezar. Me encanta sentarme. Me encanta el hockey. Me encanta el chocolate. Me encanta... Me encantan ellos. Me encantáis vosotros. Me encanta él. Me encantas tú.
Bonito, pero no es real.
Quizás sea la historia más bonita que jamás alguien pueda tener o quizás sea algo que nunca debió suceder, tan sólo por el mero hecho de que nos llevamos 5 años.
Debo olvidar la noche de verano más bonita que tuvimos, al menos juntos. Sí en aquella noche surgió algo bonito, algo de verdad. Una pasión desmesurada, minutos lentos, rápidos según la situación o momento en el que llegamos a estar.
Juegos, pactos, lunas, coches, estrellas, sofá, cama, mesa, cocina, mermelada, cena todo eso entre otras cosas llegamos a compartir. Yo llegué a compartir algo que nunca había tenido, que había sentido. Fue algo químico, físico, lengua, técnico, como un curso escolar...
Sabíamos sabiamente lo que hacíamos, viviendo el momento sin temor al después.
El después es el después de 4 meses volvernos a ver. ¿Habrá cambiado? ¿Se acordará de todo aquello? Yo lo hago con y sin querer.
Yo lo llamo amor.
¡Gracias!
Para mi gran sorpresa me llevé conmigo el segundo premio de literatura castellana con el texto que puse anteriormente.
Estoy contenta y orgullosa del trabajo que hice, así que se lo dedico a mis abuelos y a la gente que me rodea.
¡Por vosotros!
viernes, 10 de abril de 2009
Mañana en la batalla piensa en mí.
Corría 1934, cuando mi familia decidió trasladarse a Barcelona. Mi padre era un periodista conocido por pocos ya que vivíamos en un pequeño pueblo de Extremadura, Zafra.
Recuerdo que el viaje fue de más de un día, algo pesado pero poco ameno. Papá nos explicaba cuál sería su nuevo trabajo junto a Torcuato Luca de Tena, fundador del semanario y posteriormente del diario ABC; de la cantidad de amigos que íbamos a hacer en ese prestigioso colegio de la Barcelona alta y de la buena vida que podría llevar mamá. Nos explicó que en uno de sus grandes viajes a la gran capital conoció al que por esos momentos iba a cambiar nuestras vidas. Le gustó el trabajo que realizaba, el empeño, las horas que le dedicaba y apostó por él. Mi familia siempre fue de los más humilde y trabajadora. Mis abuelos siempre se dedicaron al campo, menos Manuel Alcázar. Él era la pareja de mi abuela, el padrastro de papá. Nunca pude conocerlo ya que murió al poco tiempo de nacer mi hermana mayor Isabel. Cuenta que era el mejor hombre que pudo pisar la tierra y el que descubrió el talento de mi padre.
Quedaban escasos minutos para llegar al a Estación de Francia cuando pude observar por primera vez la que iba ser la ciudad donde iba a madurar. Familias enteras despedían a sus hijos en el puerto que partían hacia alguna guerra internacional o en busca de un trabajo. Era la primera vez que veía el mar, incluso creo que fue mi primer amor. Desde aquel momento en que vi el sol reflejado en esas aguas saladas decidí que nunca me iba a separar del mar.
A medida que íbamos llegando a la estación, a mi padre le sudaban más las manos. Mamá sólo hacía más que repeinarnos con el viejo peine de plata que le regaló su abuela. Bajamos del tren entre maletas, bolsas y gente. Estoy segura que si me hubieran dado poderes para poder sentarme en una gran viga del techo hubiera observado como una gran colonia de hormigas especializadas en un momento un lugar y una tarea específica. Nos esperamos durante horas enfrente de las taquillas y allí llegó nuestra gran sorpresa: allí no venía nadie a recogernos.
Anduvimos durante tres días por Barcelona mientras papá buscaba explicaciones sobre el suceso, era increíble. Todo lo que habían planeado durante meses, un futuro, una nueva vida se había esfumado. Comíamos en un bar en La Barceloneta, donde conocimos a Andreu. Era un hombre mayor, castigado por el tiempo y que nos abrió las puertas hacia otro lugar. Su hermano trabajaba en la estación de tren de Montgat, donde quizás le podían dar un trabajo temporal a papá. Sin pensarlo dos veces, cogimos las maletas de la pensión cerca del barrio gótico donde nos habíamos instalado.