Cuando dejé de entenderlo todo decidí comprar el periódico. Era un martes festivo, un martes en que la gente salía a la calle a manifestarse por una nación independiente. Yo también salí a manifestarme, a mi manera, claro.
Me levanté ya con la intención de dejarme parte del sueldo en periódicos y leer durante toda la mañana y parte de la tarde, en saber cinco opiniones, puntos de vista diferentes. Me puse aquellos pantalones viejos de color gris y las chanclas y bajé al kiosco. Hacía meses que no bajaba a comprarle nada, ya ni tarjetas para el bus. Noté en su cara que se sorprendió al verme allí leyendo nuevamente los titulares, pero a pesar de su reacción, me atendió de la misma forma antipática que siempre.
Acabé mirándolo todo menos las noticias importantes. Hojeé las páginas hasta llegar a las carteleras y oferta cultural de Barcelona. El teatro y el cine doblado me asusta. Todo es demasiado caro. Todo. -pensé-.
Desganada, sin ganas de nada, me dispuse a levantarme del sofá y llevar la taza del té al fregadero. Me paré en seco y miré por la ventana del comedor: el mar hoy no me esperaba, ni tampoco tenía ganas de que las olas me mojaran el alma. Ya no sabía de qué tenía ganas, ni qué hacer. Todo comenzaba a darme el mismo miedo que hacía unos meses. Amontoné todos los periódicos encima del reposapiés y resoplé.
Mis padres habían decidido marcharse todo el día fuera a la Costa Brava, a pasear y, en cierta forma, a finiquitar el verano. Comí algo de fruta y seguí indecisa, sin motivos, evidentemente.
Cuando quise darme cuenta ha eran las tres de la tarde, me despertó la sintonía del telenoticias. Me dio tanta rabia que acabé cogiendo ropa interior, metiéndome en la ducha y plantándome en el portal de mi casa predispuesta a ir aún a no sabía donde. Me enfadé conmigo misma por no saberlo y me dispuse a coger el metro y plantarme en los cines dedicados al VOS e independientes a su vez.
Café de Flore fue mi elección. Sin pensarlo demasiado, para evitar dudas. A las seis comenzaba la sesión. Me vi en una sala de cien butacas, de noveinta y nueve butacas vacías. Escogí mi sitio, como había hecho siempre en todos los aspectos de mi vida. Comenzó. Comenzó mi sesión.
Cerré los ojos y me imaginé las mejores de las compañías. Noté como el vello de mis brazos se erizaba sólo con imaginarle a mi lado, cogiéndome de los dedos en cuanto se apagaran las luces.
Creo que fue una de las mejores películas que había visto en muchísimo tiempo. Lloré y lloré sola, sin temor a que nadie me preguntara el motivo. Cuando quise darme cuenta, el chico de la taquilla se había sentado tres butacas más a la izquierda de mía. Acabó la sesión, ahora ya nuestra. Aplaudió entre lágrimas mientras se levantaba de la butaca. Nos miramos, sonreímos entre agua salada. Silencio y luces.
Adiós.
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