viernes, 7 de septiembre de 2012

Reprocidades estancadas.


Me ha costado siete meses en darme cuenta de que no hay receta para lo nuestro y que nos hemos dedicado a ir improvisando. Durante todo este tiempo hemos dicho no a los sinónimos, al palabreo barato que define como somos, éramos o no sé.
A cómo actuamos juntos o por separados. Estás o no estás.
La situación es como la del presidente del Gobierno que disuelve las cortes y convoca elecciones. Aquí no sabe nadie quién manda: si el pasado o el futuro.
Ahora tengo miedo a morir quemada a lo bonzo al roce con cualquier otro cuerpo que no sea el suyo, al roce de unas sábanas blancas y no estampadas de azul.  Mi cuerpo, ahora mismo, es una bomba lapa que está pegada a mi cuerpo y su recuerdo.
El servicio de habitaciones ha ido haciendo su trabajo: ha ido llevándose esas sábanas repletas de sudores, ha ido avisándome mediante notas de color amarillo que debería ir despegando del dormitorio esas fotos que me sonríen. El servicio se ha dejado un cepillo de dientes verde que me mira cuando abro el armario, pero no sé si decirle que volverá algún día o no.
En su lado de la cama ya hay hojas secas que crepitan cuando me acuesto y me recuerdan, joder, que también nosotros tuvimos nuestra primavera.

Ahora ya se acaba el verano. Ahora ya quizás se acaba nuestro verano. Y yo ya tengo frío y necesito ver el mar.

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