miércoles, 31 de marzo de 2010

Sinfonía para margaritas I

Son las diez de la mañana, hace un día espectacular y los rayos de sol alumbran la cara de mamá mientras conduce, camino al hogar donde la abuela Santina lleva ingresada dos años. Como cada domingo, tenemos la misma discusión: me aburre visitar a la abuela, huele a naftalina y tenemos que comprarle religiosamente un ramo de margaritas bien blancas. Mamá al ver mi actitud y cansada de mis reproches, encontró el momento para explicarme algo que cambiaría…. - Corría 1953 cuando tu abuela Santina cogió un tren rumbo a Madrid, alejándose de su Burgos natal. Iba incomodísima en esos asientos de madera y tenía encima de su baúl sus pálidas y delicadas piernas mientras intentaba leer a Bécquer. Se le acercó un hombre espigado, un tanto elegante que le pidió el billete. Al entregárselo a tu abuela se le cayó el punto de libro, una margarita seca que había cortado en su último día en el pueblo. Él se percató y la cogió siguiendo su tarea. Mientras tanto, por primera vez veía por la ventana por una ciudad, la capital: un mundo gris con enormes edificios y un tráfico caótico. Le gustó. Le gustó la sensación de que estaba dejando atrás un terrible suceso y podría comenzar una vida nueva. Se disponía a bajar del vagón cuando una mano le tocó el hombro. Se giró y era el hombre de antes, el revisor. Le entregó la margarita seca y se presentó: Se llamaba Amador y trabajaba como revisor hacía poco tiempo. La invitó a un café y a pesar de estar asustada, inquieta y su grado de desconfianza de había agravado aceptó, pues su grado de apetito era bien grande. Después de un rato charlando Amador le entregó una servilleta con la dirección donde se hospedaba para verse la mañana del día siguiente.

Continuará....

1 comentario:

  1. Ummm, esto huele bien...
    A la espera de la próxima entrega, te dejo un beso!

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