jueves, 10 de octubre de 2013

1989

Las lunas de enero los enamoraron,
decidiendo hacer caso al amor y a sus entrañas.
Brindaron por el reproche ajeno,
por palabras que duelen más que los golpes,
por todos aquellos dedos que sentenciaban,
elogiando aquello que hoy le llaman vida y libertad.
Aprendieron que hay que aguantar las tempestades
porque, al final, vale la pena.
Que el amor es una constante
y se debe andar de frente.
Fluye en mi sangre que ellos son aves y son viento,
son furia y son llanto.
Son infinito y  son coraje.
Son la única constante de mi república,
de mi aventura, mis alfareros, mis centinelas
y el viento de mi vela.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Equipajes y cicatrices.

Vivir es tener ambiguas cicatrices que descascaran el barniz de nuestros cuerpos. Nos suelen delatar e indican, a su vez, cuántos silencios hemos decidido romper, cuántas distancias hemos querido acortar. En definitiva, vivir es no ser fracción de lo que se siente y ser una canción a pleno viento.
Hoy he revisado mi equipaje y he enumerado las cicatrices y las dudas. El equipaje sigue siendo el mismo: llevo a cuesta días grises, recuerdos con muchísimas personas que hoy ya no están, mi familia, los de siempre y un esquema complejo de lo que soy y de lo que quiero seguir siendo. La enumeración de las cicatrices ha sido más bien corta y las dudas poco complejas. Analizándolas, me he dado cuenta de que todas estas dudas me llevan a encontrarme, de nuevo, en medio de la carretera. Cruzo o no cruzo, es sencillo.
A diferencia de otras veces, ahora tengo la certeza de que si cruzo será para bien y puedo asumir una posible caída. Que no me da miedo, ni tengo la necesidad de querer taparme entre la niebla de la gran ciudad.
Todo va sobre ruedas, Laura. Tengo a alguien que suele hacer sitio para acomodarse entre dudas infinitas y cambiarlas por un abrazo sincero, mi familia, mis amigos. Estoy segura de querer cargar con este bonito equipaje hasta el final de mis días, de afrontar la experiencia que supone trabajar con personas llenas de maletas complejas y difíciles, de gritar que lo he conseguido en junio del año que viene. De asumir que el paso de los años me está sentando bien y que este era el camino correcto.

Allá vamos.



domingo, 1 de septiembre de 2013

Il nome suo nessun saprà.

A pesar de ser tú verano y yo invierno, tú el fuego y yo el frío. A pesar de tus piedras y charcos, mi mano y mi hombro siempre estuvieron aquí.
Tus tropiezos, tus lágrimas. Quise decirte que sé cómo lates y cómo debían cuidarte todas aquellas chiquillas con las que comparte sábanas. Quería decirte que no había más mentira que la de esos labios y que yo hubiera sido primavera contigo. Que no hubiera sido la persona que entristeciera tu perfil. 
Tal vez te acuerdes de mí cuando ahora llores porque no te abrazan, porque ahora quieras que te quiera ella y sientas celos del aire que roza sus pulmones.
El caso es que ya no te pienso, ni siento miedo al silencio que nos acompaña. Vas a estar bien, verás. Vas a estar bien rodeado de los de siempre. Recuerda escribir en la libreta de las cosas bonitas y deja que la vida se cobre por los días grises.
Mañana será otra mujer y te hará llorar... y ahí entenderás que lo que te dije. Aunque ya, por esas fechas, nos de igual.


Acuérdate de vivir. 

martes, 20 de agosto de 2013

La Bárbara

Me volvió el corazón a su sitio cuando vi a La Melgarcita detrás de su coche. Nunca supe que media hora de trayecto diera para tanto: recordé todo aquello que había sucedido durante los días que yo me montaba en ella, cuando compartíamos paseos en  las noches despejadas y frescas de Barcelona. Abrígate, Pliego, me decía.
Sonreí cuando recordé el sonido de los cascos chocar, cuando la volví a escuchar arrancar.
La Melgarcita, Luis y los viajes en ella eran un indicativo de que las cosas estaban yendo bien. De sentirme bien conmigo misma y con él, claro.

Esa misma sensación volvió la noche del lunes, cuando mi corazón volvió a estar en su sitio. Luis ya no era quien llevaba la misma moto, pero yo sí que era quien se montaba detrás de La Bárbara. Enric era quien llevaba la moto en la que me subí por primera  vez, la moto en la que pasé miedo, cerré etapas y abrí otras mucho más bonitas. Y me gustó mucho.
Agradezco, en definitiva, poder volver a agarrarme a una barriga, volver a sentir la colonia del conductor. Poder sentir eso de la libertad absoluta. De subir en uno de los sitios de mi recreo preferidos.


¡Con La Barbarita, hasta el infinito y más allá!


viernes, 2 de agosto de 2013

Eclosiones

Cuando aquél cuerpo decidió no envolverse nunca más entre mis sábanas, me quedé a solas conmigo misma. Esa sensación de soledad momentánea recubrió todos los rincones de mi cuerpo, hasta el punto de querer dedicarme el resto de mis días a saborearla.
Hubo algo, después de cuatro meses, que me hizo cambiar de parecer. Todo había cambiado demasiado para seguir en esa tónica. Decidí buscar un bar donde alguien recordara mi forma de bailar mientras yo machacaba mi hígado. Un lugar donde nadie tuviera la ocurrencia de preguntar por mi obcecación de hacer paté del mismo, por licuar mi corazón hasta hacer zumo.
Por aquellos entonces, descubrí que un buen camarero nunca hace preguntas incómodas. Simplemente se dedica a asentir, a repetir lo que dices. A chupártela, si lo requieres. Te avisa de que aquél está en el bar, por aquello de no coincidir.

Pero cuando quieres darte cuenta él ya se ha ido. Y ya no quedan más bailes, si no una caña de cerveza a la mitad. Un amor flojo y sin espuma. Queda, pues, que no puedes ver a un ex y verlo como un ex, porque siempre queda un poso, un reducto. Una canción que te recuerda el olor de su corazón acompasado. Un abrazo preciso antes de caer rendidos.